"Un acechador lo acecha todo, inclusive a sí mismo.
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>¿Cómo lo hace?
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>Un acechador impecable lo convierte todo en presa. El Nagual me dijo que es
>posible llegar a acechar nuestras propias debilidades. (…)
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>¿Cómo es posible acechar las propias debilidades, Gorda?
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>Del mismo modo en que se acecha una presa. Descifras tus costumbres hasta
>conocer todas las consecuencias de tu debilidad y te abalanzas sobre ellas y
>las coges como a conejos en una jaula.
>Don Juan me había enseñado lo mismo acerca de los hábitos, pero más como un
>principio general del cual los cazadores deben ser conscientes. En cambio,
>la Gorda lo comprendía y aplicaba en una forma más pragmática que la mía.
>
>Había afirmado que todo hábito era, en esencia, un «hacer»; y un hacer
>requería todas sus partes para funcionar. Si una de ellas faltaba, el hacer
>resultaba imposible. Para él, cualquier serie coherente y significativa de
>acciones era un hacer. Dicho en otros términos, una costumbre requería, para
>constituir una actividad vital, todas sus acciones componentes.
>
>La Gorda narró entonces el acecho que ella misma había realizado a su
>costumbre de comer en exceso.
>
>El Nagual le había sugerido comenzar el ataque a la parte más importante de
>tal hábito, relacionado con su trabajo de lavandera, pues ingería todo
>aquello que le ofrecían los clientes al hacer su recorrido, casa por casa,
>recogiendo la ropa sucia. Confiaba en que el Nagual le dijese qué hacer;
>pero él se limitó a reír y hacerle burla, afirmando que tan pronto como él
>le propusiera hacer algo, ella se esforzaría por no hacerlo. Insistió en que
>así eran los seres humanos: les encanta que se les diga lo que deben hacer,
>pero les gusta mucho más resistirse a hacerlo, de modo que llegan a
>aborrecer a quien los ha aconsejado.
>
>Tardó años en dar con una manera de acechar su debilidad. Cierto día, no
>obstante, se sintió tan harta y asqueada de verse gorda que se negó a comer
>durante veintitrés días. Tal fue la acción inicial conducente a romper con
>su fijación. Luego se le ocurrió la idea de llenarse la boca con una esponja
>para que sus clientes creyeran que tenía una muela infectada y no podía
>comer. El subterfugio resultó, no sólo con los clientes, que dejaron de
>darle comida, sino también con ella misma, por cuanto el mordisquear la
>esponja le proporcionaba la impresión de comer. La Gorda no podía dejar de
>reír al contarme cómo, para quitarse la costumbre de comer en exceso, había
>pasado años con una esponja metida en la boca.
>
>¿Fue eso todo lo que necesitaste para dejarlo? pregunté.
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>No. También tuve que aprender a comer como un guerrero.
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>¿Y cómo come un guerrero?
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>Un guerrero come en silencio, y lentamente, y muy poco cada vez. Yo solía
>hablar mientras comía, y comía muy rápido, y devoraba montones y montones de
>alimentos en una sentada. El Nagual me explicó que un guerrero ingería
>cuatro bocados seguidos; recién pasado un rato tragaba otros cuatro, y así.
>
>«Por otra parte, un guerrero camina kilómetros y kilómetros cada día. Mi
>afición a comer me impedía caminar. Acabé con ella ingiriendo cuatro bocados
>por hora y andando. A veces lo hacía durante todo el día y toda la noche.
>Así me deshice de la gordura de mis nalgas.
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>Se echó a reír al recordar el mote que le había puesto don Juan.
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>Pero acechar las propias debilidades no implica estrictamente el deshacerse
>de ellas dijo . Puedes estar acechándolas desde ahora hasta el día del
>juicio final sin que nada varíe un ápice. Por eso el Nagual se negaba a
>precisar lo que se debía hacer. En realidad, lo que un guerrero necesita
>para ser un acechador impecable es tener un propósito.
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>La Gorda me contó cómo, antes de conocer al Nagual, vivía de día en día sin
>aspirar a nada. No tenía esperanzas, ni sueños, ni deseo de cosa alguna. La
>oportunidad de comer, en cambio estaba siempre a su alcance. Por alguna
>razón misteriosa que le era imposible desentrañar, siempre, en todos y cada
>uno de los momentos de su existencia, había dispuesto de buena cantidad de
>alimentos. Tantos, a decir verdad, que llegó a pesar ciento veinte kilos.
>
>Comer era la única alegría de mi vida comentó . Además, nunca me veía
>gorda. Me creía más bien bonita y pensaba que la gente gustaba de mí tal
>como era. Todo el mundo decía que mi aspecto era saludable.
>
>»El Nagual me dijo algo muy extraño: Afirmó que yo poseía un enorme poder
>personal y, debido a ello, siempre me las había arreglado para que los
>amigos me proveyeran de comida mientras mi propia familia pasaba hambre.
>Todos disponemos de poder personal para algo. En mi caso, el problema
>radicaba en desviar ese poder, dedicado a la obtención de alimentos, de modo
>de emplearlo para mi propósito de guerrero.
>
>¿Y cuál es ese propósito, Gorda? pregunté, no muy en serio.
>
>Entrar en el otro mundo replicó con una sonrisa, a la vez que fingía
>golpearme la coronilla con los nudillos, tal como solía hacer don Juan
>cuando creía que yo sólo estaba satisfaciendo mis deseos.
>
>
>Carlos Castaneda,
El Segundo Anillo de Poder