Estimado Enrique, Nerea y seres de luz:

Es de crucial importancia para mi en estos momentos que me ayuden a aclarar unas dudas que obstaculizan mi avance por la senda espiritual. Se trata de una serie de conclusiones que hemos sacado a partir de ciertos acontecimientos de mi vida relacionados con el sexo.

Recuerdo que mi facilidad para ensoñar se remonta a los tres o cuatro años de edad. En esos tiempos tenía sueños de tal lucidez que en ocasiones me detenía en ellos a comprobar algún signo que me indicara que no me encontraba en la realidad ordinaria. Cuando confirmaba que era un sueño realizaba lo que más me gustaba: tirarme por la ventana de mi casa a volar. Mis ensueños de esos tiempos eran muy parecidos, se ajustaban casi todos al mismo patrón: echaba a volar por las calles de mi barrio de Madrid y buscaba una presa femenina... ¡para violarla! Eran violaciones sin penetración, yo aún no sabía qué era eso, pero recuerdo tener orgasmos, tras los cuales el ensueño finalizaba. En esas edades yo tenía muchos sueños eróticos y recuerdo que en casa de mis abuelos buscaba con una avidez morbosa las botas negras de mi tía para ponérmelas, lo que suponía para mi una satisfacción de mi apetito morboso. Afortunadamente, ese fetichismo desapareció en mi infancia. No obstante, permanecieron en mi ciertos gustos por extrañas aberraciones sexuales y algunas conductas anómalas en el campo del sexo. Por ejemplo, mis fantasías sexuales sobre lesbianas dominantes y sumisas y mi apetito descontrolado hacia personas incluso de mi propia familia. Durante mi etapa adolescente y universitaria, el desahogo que suponía mi onanismo facilitó que me convirtiera en alguien más normal en lo referente al sexo pero, al mismo tiempo intuyo que me drenó gran parte de mi energía sexual y fue el responsable parcial o total de la debilidad de mi cabello. Era yo entonces un joven muy atractivo para las mujeres y tuve una serie de relaciones en las que disfruté de un sexo sin penetración. Mi cuerpo se negaba a realizar el coito en parte por las ideas católicas que me inculcaron desde la infancia, y en parte por un extraño miedo que albergaba mi interior.

No fue hasta la edad de los 29 años cuando pude realizar, tras grandes dificultades, mi primera penetración a una mujer. Con ella -mi última relación estable- mantuve unas relaciones carnales casi nunca armónicas ni placenteras. Esta mujer me rechazaba sexualmente más de lo que nunca nadie lo hubiese hecho, a veces incluso después de haber empezado a amarnos. Aducía que algo extraño le había quitado las ganas de seguir.

Tras los últimos extraños acontecimientos, encuentros y percepciones algunos videntes y medio videntes me han comunicado lo siguiente: mis grandes capacidades mediúmnicas no sólo hacen que atraiga y pueda ser yo un puente con las buenas entidades sino que también lo soy para las perjudiciales. Esta ha sido la causa que ha hecho que desde mi infancia, entidades bajas se hayan pegado a mi área sexual induciéndome a cometer varios actos morbosos.

Reconozco que en la mayoría de mis encuentros sexuales pierdo el control de mi persona y que esto es algo que debo solucionar lo antes posible pero... ¿Es verdad la participación de estos bajos espíritus en este proceso o se trata simplemente de un anómalo desarrollo sexual de mi persona propiciado por las circunstancias de mi vida y mi genética? ¿Qué consejo me dan ustedes para solucionar este problema, que supone mi primer gran desafío en mi camino y que el espíritu me conmina a afrontar ahora?

Con gran respeto y afecto.

Antonio